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(Dos repartos)

 

Somos inocentes pero responsables. Inocentes ante un Dios inexistente, responsables ante nosotros mismos y nuestro prójimo.”

 

La vida de August Strindberg (Estocolmo 1849-1922) es como la de un gozne que une y separa dos siglos. De un lado, clavada al firme quicio del siglo XIX con su confiada visión del mundo, y del otro, al batiente del portón que se abre al nuevo y desconocido siglo XX. La obra del autor sueco es también como el gozne mismo, pero esta vez reflejado en el azogue de un misterioso espejo. Ahora, en los cada vez menos albores del siglo XXI, seguimos tentados a aventurarnos a descifrar la turbia imagen de ése espejo. Quizá porque, a veces, nuestros propios goznes, también chirrían.

 

Acreedores es una de las obras más complejas, oscuras y fascinantes del autor y de toda la literatura dramática. Considerada como la última de su fase naturalista, la pieza ya destila formas que hacen intuir el desarrollo de su obra posterior, y junto con ella, del teatro moderno. No en vano se ha señalado al autor sueco como uno de los precursores del teatro contemporáneo en general y del Teatro de la Crueldad y el Teatro del Absurdo en particular.

 

La obra, escrita en 1888, se estructura en tres escenas, similares en cuanto a extensión, en las que asistimos al desarrollo y consumación de una cruel venganza. El uso de un espacio único (un balneario en la costa), el tiempo real y la unidad de acción (dicha venganza), cumplen con las exigencias del teatro naturalista de la época. Sin embargo, la desnudez con la que Strindberg nos presenta la situación resulta extraordinaria, tanto dentro del contexto decimonónico como del actual. Esa desnudez, lejos de ser un recurso formal más, parece decirnos algo, hablarnos de la desnudez misma. La desnudez del alma humana. El propio autor, en una carta enviada a un amigo, se complace de haber sido capaz de desarrollar la trama con tan solo dos sillas, una mesa y sin amanecer, estableciendo así la comparación entre Acreedores y su anterior y más célebre obra La Señorita Julia. A nuestro entender, ese pundonor para desposeer al teatro, y al ser humano, de lo que no es puro conflicto, de lo que no es atroz sinceridad, va más allá de la filigrana técnica de un escritor de finales del siglo XIX. Es un augurio de la crudeza y la objetividad que los tiempos futuros impondrán al alma humana. Y es por eso, que hoy en día, su planteamiento descarnado, nos resulta inquietantemente afín. Sobre las tablas se materializan los conflictos y obsesiones de tres personajes que podrían ser cualquiera de nosotros.

 

El argumento es relativamente sencillo: Un extraño del que al principio sólo sabemos que se llama Gustavo, se presenta en el balneario en el que su antigua mujer y el actual marido de esta pasan unos días. En la primera escena, aprovechando la ausencia de Tecla, su antigua mujer, Gustavo se emplea en minar, sutil pero efectivamente, la confianza que Adolfo tiene en su matrimonio. La situación entre los dos hombres, que inicialmente parece amable, casi banal, va retorciéndose sin pudor, según el espectador va descubriendo quién es Gustavo y especulando sobre cuales podrían ser sus intenciones. Gustavo sabe perfectamente quién es Adolfo, pero este no sabe quién es aquel. La escena acaba con la llegada de Tecla, justo antes de la cual, Gustavo se esconde para ver cómo sucede la siguiente. Tecla vuelve de viaje, y el recibimiento de Adolfo es frío, el “trabajo” que Gustavo ha hecho con él empieza a dar sus frutos. Strindberg nos ofrece entonces el molesto privilegio de asistir a los estertores de una relación que lleva tiempo agonizando. En la última escena, Gustavo reaparece en escena para consumar su venganza, tras un soterrado duelo con su antigua mujer. La obra refleja una de las más peculiares obsesiones del autor. La “lucha de cerebros” entre los personajes, culmina en Acreedores con un crimen perfecto: un asesinato psicológico a plena luz del día, en el que el asesino, ni deja huella ni se mancha las manos con la sangre de la víctima.

 

Acreedores es una tragicomedia, que de haber sido escrita en nuestros tiempos, hubiéramos considerado comedia negra, debido a su extraño, frío y cruel sentido del humor. El poder de la palabra, se concreta en virtuosos diálogos para conformar una situación desarrollada hasta el límite de sus posibilidades y consecuencias. Una situación en la que subyacen sentimientos contrapuestos, tan propios del autor, en relación al matrimonio, la fe en el progreso, la institución familiar y el cambio del escenario provocado por la consolidación de la sociedad capitalista de finales del siglo XIX.

 

fantasma. (Del lat. phantasma, y este del gr. φάντασμα). 2. m. Visión quimérica como la que se da en los sueños o en las figuraciones de la imaginación.

 

 

FANTASMAS (Y VAMPIROS)

 

Acreedores es una obra que ejerce una hipnótica atracción. A nuestro parecer, esta atracción se debe a la tangible pero sutil presencia de desconocidos dispositivos que la hacen funcionar. Como si se tratara de una gran cebolla, las numerosas capas que la conforman, y los diferentes niveles de interpretación que posibilita hacen de ella un gran misterio. Hemos considerado esta rara característica de la obra como la piedra angular del proyecto, edificando sobre ella nuestra propuesta. Un iceberg sólo nos permite ver la novena parte de su tamaño real, estando el resto sumergido. La comparación entre la mole flotante y la mente humana, es ya un clásico de nuestra cultura, pero se atiene muy bien a nuestra idea de la obra y a nuestra intención sobre el escenario. Una gélida mole flotante que oculta, sumergida, su parte principal. Resulta curioso que Strindberg escribiera gran parte de su obra, y la que nos ocupa en concreto, antes de que se publicaran las investigaciones de Sigmund Freud, y desde luego las de Carl Gustav Jung. Las concomitancias entre el sustrato de la obra dramática del autor sueco y las investigaciones de los psicólogos son patentes, dándonos la fantasiosa impresión de que Strindberg, a raíz de su minucioso análisis del alma humana, se anticipó a los postulados de la psicología moderna. La existencia e importancia del inconsciente, la materialización física y orgánica de los conflictos psicológicos, el valor cultural del inconsciente colectivo y sus diferentes arquetipos, la idea de sincronicidad, los complejos, o la existencia de fantasmas que nos obsesionan dentro de nuestra psique, son sólo algunas de dichas analogías. Analogías, que nos han ayudado a comprender, o al menos vislumbrar, la parte sumergida del iceberg.

 

Como sucede con todas las grandes obras, Acreedores, permite hacer diferentes lecturas de la misma. Si nos centramos en la venganza, casi bíblica, del personaje de Gustavo, la obra, parece tender hacia una lectura moral (o incluso moralista), donde la culpa adquiere un protagonismo innegable, y nos planteamos lo correcto del “ojo por ojo”. Si nuestra lectura se centra en el personaje de Adolfo, obtendremos casi con seguridad, la idea de que la obra gira en torno al sacrificio del ser humano. Si atendemos sólo a los razonamientos que dan los personajes, nos encontraríamos ante un drama filosófico. Y si centramos nuestra visión en lo que dice un personaje del personaje de Tecla, nos toparemos con una lectura misógina. Se ha acusado, no sin razón, a Strindberg de misógino. Creemos, no obstante, que ésa anacrónica tendencia no cancela la valía de su obra, del mismo modo que el carácter pendenciero de Lope de Vega no invalida la suya. Se puede argüir con fundamento, que el personaje de Gustavo es misógino, lo que no convierte a la obra en una apología de la misoginia, del mismo modo que los actos de Macbeth no convierten a la obra Macbeth en un panfleto pro magnicidio. En definitiva, la lectura última de una obra teatral, corresponde exclusivamente a cada uno de los espectadores que asisten a la representación. Que ellos valoren.

 

Nuestra propuesta no se inclina ni a favor ni en contra de ninguna de las anteriores lecturas. Para nosotros, la obra habla de la degradación del individuo en el marco de las relaciones interpersonales, sumergiéndose y buceando en conflictos, que a menudo, son más habituales de lo deseado en las parejas. El maltrato psicológico se convierte en violencia doméstica dentro del marco de las relaciones conyugales. Una de las, por su carácter fraticida, más terribles agresiones de las que es tristemente capaz el ser humano. Los personajes, desgarradamente modernos en su confusión, desarrollan una agresividad ciega, una inconmensurable crueldad (activa o pasiva) que nace de su inseguridad y de su sentimiento de abandono. ¿Cómo es posible que dos personas que comparten, o han compartido, cierta intimidad sean capaces de relacionarse con tanta inquina, tanta desconfianza, tanta ferocidad? En Acreedores, las relaciones personales se tratan con la desalmada objetividad de la contabilidad, de ahí el título. Los personajes se esfuerzan por demostrar quién debe a quién y cuánto, en un siniestro debe y haber sentimental. Son tres vampiros luchando por ver quién le ha chupado más sangre a quién. Esa descarnada desnudez en el tratamiento de los afectos es a finales del siglo XIX tan sólo un germen de lo que nos esperará a partir del XX y hasta la actualidad. El fantasma de la Revolución Industrial (hoy en día tecnológica), y la consecuente mecanización de todos los aspectos de la vida, incluida la deshumanización de los sentimientos, debieron de hacer sonar todas las alarmas de la sensibilidad de Strindberg. Hoy en día esa deshumanización de las relaciones es una realidad patente en nuestras vidas. La no cuestionable presencia de las maquinas en nuestro mundo, parece afectar la manera en la que los individuos nos relacionamos. De una manera descarnada, inhumana, también nosotros nos hemos convertido en máquinas destinadas a producir. Pero también, como máquinas complejas que somos, a querer, hacer el amor, odiar, y hasta asesinar…

 

Resumiendo, en esta propuesta, hemos intentado ser fieles a la contundencia del texto original, confiando en la vigencia del mismo. Pero también hemos intentado subrayar algunas de las más inquietantes características de la obra, como por ejemplo ese pesadillesco aroma que respira toda la obra. Y hemos querido creer que trabajábamos en una obra perteneciente a un extraño tipo de naturalismo. El Naturalismo del inconsciente. Desearíamos descubrir al menos un trocito de ese gigantesco y gélido iceberg que permanece oculto en ocho de sus nueve partes, y que sea de su agrado.

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