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Cada vez resulta más difícil tratar sobre temas de actualidad sin recurrir a ese sensacionalismo televisivo y facilón al que estamos tan acostumbrados. La realidad es, y siempre ha sido, bastante más compleja que una simple sucesión de empalagosos lugares comunes. La tiranía del estereotipo nos deja poco espacio de acción para la realización personal y colectiva. Vivimos una situación paradójica, en la que la cultura ha devorado a la cultura. Por esta, y otras muchas virtudes, tiene tanto valor este texto de Tiempo muerto.

            El dispositivo escénico que plantea Francisco Pascual está perfectamente calibrado. El uso del estereotipo en su forma más teatral como herramienta de revelar la falsedad, nos remite a la antigua (y vigente) idea de la máscara que desenmascara. Además, el contraste que se establece entre el uso de dicha técnica y el de elementos de realidad, lo convierte en un texto elocuente y luminoso, en el que la forma intenta proponerse como única en su relación con el fondo que quiere expresar.

La puesta en escena ha intentado potenciar estas cualidades, para lo cual hemos buceado en la búsqueda de una forma teatral contemporánea lo más esencial posible, alejada de retóricas y manierismos superfluos, intentando expresar el vértigo y la confusión de nuestro tiempo, cada vez más difícil de desentrañar.

Al teatro se le conoce como el arte del aquí y el ahora, el arte de la acción. Pero, ¿qué sucede con la acción teatral cuando en nuestra realidad, en nuestro aquí y ahora vital, ya casi no tenemos esa venerable potestad, esa capacidad para accionar? Esta pregunta nos ha acompañado durante todo el proceso de trabajo, y esperamos que algo de ella quede en el resultado que ahora presentamos.

Dos personajes se encuentran suspendidos en la cornisa de un décimo piso en un bloque de oficinas sin saber qué hacer. Dos personajes cavan. ¿No estamos todos en una situación parecida? ¿No estamos todos cavando nuestra propia tumba?

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