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El punto de partida de esta tragedia es un suceso real: el escándalo provocado en 2011 por el turbio comportamiento del director del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss-Kahn, con una camarera del hotel neoyorquino en que se alojaba.  La historia de la “caída en desgracia” del Dios K ―tal y como Ferré bautiza a nuestro protagonista en su novela Karnaval― es de sobra conocida gracias a los medios de comunicación. El arte, la literatura y el teatro, en este caso, parecen los únicos lugares capaces de enfrentarse a la anécdota mediática para elevarla a un lugar sagrado.

 

Nuestra intención no es relatar, ni representar, una vez más, el manido y horrible suceso. Nuestra intención es asomarnos al abismo que todos llevamos dentro. Al poder erótico del poder. A la tergiversación del modelo de modelo. A, como diría Sartre, la dialéctica de la cosificación en nuestros tiempos. Al lugar donde la muchedumbre de éxitos y fracasos puebla las calles como si calles mismas fueran.

 

TEASER

RUEDA DE PRENSA

EL ORIGEN

EL EQUIPO

ALGUNOS PUNTOS DE PARTIDA

Todos somos dos yoes conviviendo en un solo cuerpo. Por un lado está el que pertenece a la aldea global. Por el otro el que sólo conocen las escasas personas que conforman nuestro entorno cotidiano. Vivimos, y nos definimos y expresamos, dentro de dos esferas enfrentadas: la mediática, pública y social, y la íntima. Así que existimos ubicuamente en una vida pública y en una privada. Históricamente, no siempre la relación entre estas dos realidades ha sido estable. La conciencia pública nos acompaña desde el principio de los tiempos. La importancia de la privada prospera a partir de las revoluciones burguesas. En la actualidad, nuestras posibilidades y exigencias de realización personal en la esfera de lo público son máximas. Lo mismo sucede en la de lo privado. De esta manera desdeñamos el riesgo de que la ambición de la realización total de esas dos conciencias nos conduzca a una ineludible dicotomía, a un tipo de alienación.

En las religiones monoteístas, Dios es infinito pues carece de límites, ubicuo pues está presente en todas partes, perfecto pues tiene todo aquello valioso, bueno y deseable en grado máximo, eterno pues es ajeno a las vicisitudes del tiempo, omnipotente y omnisciente pues tiene poder y conocimiento sobre todas las cosas, e inmutable pues jamás cambiará. Hoy en día, en el así llamado mundo desarrollado, nos miramos en el espejo de ése modelo, adoramos Sus atributos y nos travestimos para parecernos a Él. Hoy en día, cada uno de nosotros quiere, está obligado, a ser un Dios. Deseamos ser infinitos mediante la falta de límites que nos promete el progreso exponencial, ubicuos mediante el desarrollo de los transportes y las telecomunicaciones, perfectos mediante la superación personal, eternos mediante la negación de la enfermedad y la muerte, omnipotentes y omniscientes mediante el acceso total a un mundo de posibilidades e información, e inmutables mediante la sacralización de la estabilidad. Estos son algunos de nuestros dogmas. En definitiva, no nos conformamos, aspiramos al máximo de todo. Y rendimos culto a ésa aspiración.

Y aquí es donde todas estas opiniones se encuentran con el trasunto de Dominique Strauss-Kahn que Juan Francisco Ferré, en su novela Karnaval, llama el Dios K, el Hombre contemporáneo por excelencia, paradigma del triunfador, poderoso, rico, popular, socialdemócrata, liberal y libertino, arrollador, simpático y follador. Hasta que un buen día, este último rasgo de su personalidad, propio de su vida íntima, se descabala, interfiriendo en el desarrollo de su vida pública y sepultándole en cuestión de horas. A partir del intento de violación a una camarera del hotel de Nueva York donde se aloja, el director del FMI y candidato socialista a la presidencia de le República Francesa es fulminantemente defenestrado de su pedestal de ejemplaridad. Desde entonces, se empieza a hablar de él en pasado, como si ya estuviera muerto. El héroe se ha convertido en villano.

Nuestra intención no es relatar, una vez más, el manido y horrible suceso, ni alzar la voz en contra del abusador y a favor de la víctima de ese abuso. Nuestra intención es asomarnos al abismo que todos llevamos dentro. Al poder erótico del poder. A la tergiversación del modelo de modelo. A, como diría Sartre, la dialéctica de la cosificación en nuestros tiempos. Al lugar donde la muchedumbre de éxitos y fracasos puebla las calles como si calles mismas fueran.

 

Víctor Velasco

CRÍTICAS

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